Comencé a leer. Buscaba aquel artículo que de verdad me inspirara para escribir este ensayo. Buscaba un texto con una idea que me representara. Buscaba algo que me hiciera apoyar o refutar. Me buscaba a mí en el libro “El dardo en la palabra” de Fernando Lázaro. Y lo encontré.
“Desidia ortográfica” es un capítulo que habla sobre la poca importancia que le brindamos a la corrección ortográfica, a la escritura correcta, en donde la cacografía se introduce en los criterios de normalidad cuando hacemos uso del lenguaje. Es un artículo crítico, como la mayoría de “dardos” que se encuentran en el libro, que nos invitan a la reflexión.
Pensar que el descrédito hacia la ortografía es algo aceptable es subestimar el poder de la palabra, del lenguaje como un código mismo.
Recuerdo cuando buscaba dónde estudiar comunicación social. Elegí Eafit porque en la entrevista con la jefe del pregrado, ella me indicó que si me gustaba escribir, narrar e interpretar la realidad y contar historias, entonces estaba en el lugar indicado. Y me hizo reflexionar sobre todo lo que podemos hacer a través del lenguaje.
Los periodistas, por ejemplo, tienen en sus manos la responsabilidad de informar a su público a través de la interpretación de la realidad. Deben acercar los acontecimientos al público pero solo a través del lenguaje pueden hacerlo. Y esto repercute a gran escala en la opinión pública del país. Así que, ¿cómo no dar el lugar adecuado a su buen uso si es la herramienta para lograr su tarea?
“Mientras fonética, léxico y hasta gramática separan a unos países de otros, a unas clases sociales de otras, la norma escrita es el gran aglutinador del idioma, el que le proporciona su cohesión más firme” (Lázaro,1998 : p.120). Aunque incluso esta acepción reduce el poder que tienen las letras.
Un buen texto es capaz de hacernos sentir cosas que no lo harían situaciones que nos pasan en la vida real. A través de la escritura seducimos, decimos quiénes somos, en qué creemos y qué valores guían lo que pensamos.
Un mensaje en una campaña política, en una escuela, en una estrategia de posicionamiento de un producto en el mercado requiere que el lenguaje juegue a su favor. ¿Cómo me dirijo, con qué tono, con qué términos?
El lenguaje es expresión pero también es construcción. Respetar la palabra es algo que nos debemos a nosotros mismos, porque somos lo que escribimos y decimos. Es valorar nuestra interpretación de la realidad, es permitirnos construir imaginarios colectivos, lugares comunes y diferencias.
Y por esa razón es que cuando me preguntan qué causa apoyo, siempre me refiero a la de las letras.
El amor a las letras es aquel que me lleva a corregir a mis amigos en un chat de Whatsapp. Es aquel que me lleva a exigir abrir los signos de pregunta y admiración en todos los textos y publicidades que veo.
Algunas personas consideran que nuestra época actual, tan conectada a través de las tecnologías de la información, da paso a que se comentan los errores ortográficos: “es que tengo que escribir rápido”, “es que me da pereza”, “es un amigo y no es necesario tildar” y la peor de todas “¿pero me entendió? ¿o no?”. Mientras debería ser donde más cuidamos cómo escribimos y cómo hablamos, ya que la mayoría de nuestras interacciones dejaron de ser cara a cara y ya no requieren de un lugar común, entonces solo nos queda vernos representados en el lenguaje escrito que utilizamos en los chat de Facebook, en los mensajes de Twitter, en lo que compartimos en Instagram. Ya no existen tratos de palabra y si aún los hay son más protocolo que termina fundamentándose en un convenio escrito, en una carta, en un contrato.
Una relación laboral se define y se estructura finalmente con lo que diga el texto en el contrato. Lo mismo sucede con las escrituras de una casa. Y para introducirnos con mayor profundidad, en los libros está nuestra historia como humanidad. Bien dicen que lo que no está escrito, no existe. Entonces ¿por qué no escribirlo bien?
También es importante reconocer que las escuelas de primaria y secundaria no nos presentan las normas ortográficas de una manera muy dinámica. Por el contrario, pretenden que escribamos las doce reglas sobre cómo usar la coma. Una tras otra. Cuando en realidad al pasar el grado no recordaremos más de cinco. Esto solo indica que el problema del respeto por el idioma y sus normas ortográficas es una cuestión cultural con la que crecemos y que viene más allá del hecho de crecer en una generación de nativos digitales. Está arraigada en nuestros más profundos pensamientos, pero lo vemos día a día.
Logré verlo en la Calle 30 de Medellín, tuve la oportunidad de observarlo en una de las vallas de la concesionaria Mazda. Recuerdo que delimitaba la mitad de un carro de la marca, en donde se le daba protagonismo al logo y en la parte inferior decía “Te luce!” (sic). Descaradamente como si la marca estuviera hablando en inglés o en francés, la admiración la indicaba tan solo un signo de cierre. Y pensé que tal vez ese carro me lucía a medias, le faltaba la mitad para hacer un “fit” completo conmigo.
Lo he visto también en escritos de estudiantes en donde utilizamos palabras que no sabemos explicar. En mis primeros semestres cometí ese tipo de errores. Pero luego entendí, después de analizar trabajos con Van Dijk y Eliseo Verón, que somos lo que escribimos, así nos representamos. Pero ¿qué tan bien lo hacemos?
Lázaro C., Fernando. (1998). El dardo en la palabra. Galaxia Gutenberg. Círculo de lectores. Primera edición. Barcelona.