FORMACIONES SOCIALES
SESIÓN 1: 16 de julio de 2009
María Rocío Arango R.
LAS PIEDRAS ANGULARES DE LA REALIDAD SOCIAL
Comenzaremos preguntándonos en cuántos mundos vivimos y cuántos cuerpos tenemos. La cultura occidental, tan analítica, nos invita, permanentemente, a hacer distinciones acerca de la realidad y de nosotros mismos. Es claro que las distinciones son fundamentales para la comprensión pero no nos podemos quedar simplemente allí, el proceso inverso, el de síntesis es igualmente importante para poder comprender la totalidad, al menos, de nuestra existencia.
Si analizamos nuestro comportamiento pareciera que habitamos varios mundos y, también, que tenemos varios cuerpos. El mundo familiar es tan distante del universitario, del laboral, del que compartimos con nuestros amigos e incluso con nuestra pareja que cuesta trabajo mezclarlos, interrelacionarlos. Muchas veces, el único elemento común a esos “mundos” somos nosotros. Y para cada mundo se necesita un cuerpo, no ya un cuerpo físico, que sigue siendo el mismo, sino una manera de proceder. No hablamos igual con los padres que con los amigos, ni con éstos y con nuestra pareja, no tratamos del mismo modo a los compañeros de la Universidad que a los profesores y directivos y definitivamente no somos los mismos cuando estamos estudiando que cuando estamos de fiesta. Todo pareciera indicar que vivimos en varios mundos, sin contar el de la Red donde todo se puede crear de nuevo, y, ser otros.
Pero lo cierto es que sólo vivimos en un mundo y somos un solo cuerpo. ¿Cómo es entonces ese mundo que habitamos? ¿Cuáles son sus características más esenciales?
No se trata aquí de dar una respuesta desde el orden de la física acerca del nacimiento del universo ni mucho menos de la conformación y evolución del planeta hasta el estado en el que hoy lo conocemos. No es tampoco un recorrido por la biología y la teoría de la evolución, ni de la filosofía y sus célebres preguntas ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí?
Necesitamos una caracterización del mundo para poder explicarnos el fenómeno de las formaciones sociales, para poder encontrar una o varias razones que justifiquen el hecho de vivir en sociedad y más allá, para encontrar una respuesta que nos haga sentido a las preguntas: ¿Qué es la sociedad? ¿Quiénes la conforman? ¿Para qué sirve?
Una advertencia obvia: mientras los fenómenos físicos y químicos no producen en nosotros un estado de perplejidad sino de asombro, los llamados fenómenos sociales nos pueden dejar perplejos la mayor parte del tiempo. Frente a los primeros buscamos explicaciones mientras que intentamos comprender los segundos.
De manera simple, y otra vez con la ayuda de John Searle, podemos decir que el mundo es una mezcla de hechos brutos y hechos institucionales. La distinción entre ambos tiene que ver con la opinión e intervención humana; los hechos brutos suceden de manera independiente a la intervención humana, la salida del sol, por ejemplo, mientras que los hechos institucionales requieren para su existencia de instituciones y participación de los seres humanos. Esta distinción no es tan obvia toda vez la realidad social se nos presenta de manera transparente, obvia y natural.
Cuando decimos que el agua está compuesta de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno estamos enunciando un hecho bruto, pero cuando decimos que el agua es saludable estamos, ya, ante un hecho institucional. Mientras que los hechos brutos se describen fácilmente desde la física y la química, para los hechos institucionales estas herramientas son insuficientes. Pensemos por ejemplo en “universidad”, “salón de clase”, “silla”, “tablero”, “marcador”, “estudiante”, “profesor”, “rector”, etc. ¿Sería suficiente la descripción física de estos fenómenos? Sabemos de sobra que no porque todos ellos hacen referencia a una institución humana y no a un hecho de la naturaleza.
Ahora bien, aunque ya sabemos que el mundo es un entrecruzamiento de hechos brutos y hechos institucionales, es claro que este mundo, tal como se presenta ante nuestros ojos, se vuelve, para nosotros en la vida diaria, transparente y obvio. Esa transparencia que tanto facilita la cotidianidad complejiza el entendimiento y estudio del mundo, por ello es que algunos autores afirman que el mundo es aproblemático.
Si bien nos resulta natural, la realidad social es un entrecruzamiento de hechos institucionales lo que implica que es
Ahora bien, aunque ya sabemos que el mundo es un entrecruzamiento de hechos brutos y hechos institucionales, es claro que este mundo, tal como se presenta ante nuestros ojos, se vuelve, para nosotros en la vida diaria, transparente y obvio. Esa transparencia que tanto facilita la cotidianidad complejiza el entendimiento y estudio del mundo, por ello es que algunos autores afirman que el mundo es aproblemático.
Si bien nos resulta natural, la realidad social es un entrecruzamiento de hechos institucionales lo que implica que es
una creación para satisfacer algún propósito.
Dejemos por un instante la preocupación por el mundo y derivemos nuestra atención a la pregunta fundamental de qué clase de seres somos los seres humanos. A fin de facilitar la definición, que dicho sea de paso ha ocupado buena parte del pensamiento de la humanidad, podemos decir con Searle (1997, págs. 26-27):
“He aquí, pues, el esqueleto de nuestra ontología; vivimos en un mundo compuesto enteramente de partículas físicas en campos de fuerza. Algunas de ellas están organizadas en sistema. Algunos de esos sistemas son sistemas vivos, y algunos de esos sistemas vivos han adquirido evolucionariamente consciencia. Con la conciencia viene la intencionalidad, la capacidad del organismo para representarse objetos y estados de cosas mundanos”
Entonces, somos seres conscientes y deseantes que vivimos en un mundo en el que priman los hechos sociales e institucionales y, por lo tanto, somos responsables de la creación de nuestra realidad.
Ahora bien, los seres humanos con el fin de aprehender más de su mundo, acostumbra a hacer distinciones. Respecto al tema que nos ocupa hay dos distinciones adicionales que requerimos para responder a la pregunta qué es el mundo. Una de ellas tiene que ver específicamente con lo que consideramos que es objetivo y subjetivo. Fíjense que la distinción misma es, desde el punto de vista epistemológica, una distinción subjetiva en tanto es una distinción de grado. Desde el punto de vista epistemológico, esta distinción se realiza mediante el predicado de juicios. Por ejemplo, cuando digo María es bonita, es claro que estoy haciendo un juicio subjetivo sobre María, pero cuando digo que María nació el 22 de enero de 1990, estoy haciendo un juicio objetivo, pues basta con mirar algunos documentos que certifican la fecha del nacimiento de María. Lo epistemológico tiene que ver, entonces, con el método y la comprobación.
“He aquí, pues, el esqueleto de nuestra ontología; vivimos en un mundo compuesto enteramente de partículas físicas en campos de fuerza. Algunas de ellas están organizadas en sistema. Algunos de esos sistemas son sistemas vivos, y algunos de esos sistemas vivos han adquirido evolucionariamente consciencia. Con la conciencia viene la intencionalidad, la capacidad del organismo para representarse objetos y estados de cosas mundanos”
Entonces, somos seres conscientes y deseantes que vivimos en un mundo en el que priman los hechos sociales e institucionales y, por lo tanto, somos responsables de la creación de nuestra realidad.
Ahora bien, los seres humanos con el fin de aprehender más de su mundo, acostumbra a hacer distinciones. Respecto al tema que nos ocupa hay dos distinciones adicionales que requerimos para responder a la pregunta qué es el mundo. Una de ellas tiene que ver específicamente con lo que consideramos que es objetivo y subjetivo. Fíjense que la distinción misma es, desde el punto de vista epistemológica, una distinción subjetiva en tanto es una distinción de grado. Desde el punto de vista epistemológico, esta distinción se realiza mediante el predicado de juicios. Por ejemplo, cuando digo María es bonita, es claro que estoy haciendo un juicio subjetivo sobre María, pero cuando digo que María nació el 22 de enero de 1990, estoy haciendo un juicio objetivo, pues basta con mirar algunos documentos que certifican la fecha del nacimiento de María. Lo epistemológico tiene que ver, entonces, con el método y la comprobación.
Pero esta distinción entre objetividad y subjetividad también se puede explicar desde una perspectiva ontológica. En este sentido lo objetivo y lo subjetivo son “predicados de entidades, tipos de entidades e imputan modos de existencia” (Searle, 1997, pág. 27) Así, el dolor de muela es una entidad subjetiva pues no se puede medir ni establecer el dolor mientras que la muela es una entidad objetiva.
Sin embargo, lo realmente interesante en este punto es la imbricación entre los dos modos de entender la distinción.
Sin embargo, lo realmente interesante en este punto es la imbricación entre los dos modos de entender la distinción.
Podemos encontrar juicios epistemológicamente subjetivos y ontológicamente objetivos (la montaña es bella), subjetivos en los dos sentidos (¡Este bendito dolor!), objetivos en ambos sentidos (María nació el 22 de enero) y epistemológicamente objetivos pero ontológicamente subjetivos (ahora tengo dolor de muela)
Tenemos entonces dos cosas claras hasta aquí:
1. El mundo se compone de hechos brutos y de hechos institucionales.
2. Estos hechos pueden distinguirse de manera epistémica y ontológica como objetivos y subjetivos.
Ahora bien, introduzcamos una nueva distinción acerca del mundo: éste se compone de rasgos intrínsecos y rasgos relativos al observador. Los primeros están por fuera del observador, son independientes a él, los segundos, obviamente, dependen del observador y los juicios que éste haga. Lo relevante aquí es preguntarnos por la figura del observador. Recordemos, con Humberto Maturana, que el observador hace parte del sistema observado y por lo tanto es parte interesada en el sistema. Esto quiere decir, que el observador tiene una determinada intención o propósito con respecto al sistema observado. ¿Qué podemos decir entonces respecto de un objeto? Según Searle, se puede decir lo siguiente:
2. Estos hechos pueden distinguirse de manera epistémica y ontológica como objetivos y subjetivos.
Ahora bien, introduzcamos una nueva distinción acerca del mundo: éste se compone de rasgos intrínsecos y rasgos relativos al observador. Los primeros están por fuera del observador, son independientes a él, los segundos, obviamente, dependen del observador y los juicios que éste haga. Lo relevante aquí es preguntarnos por la figura del observador. Recordemos, con Humberto Maturana, que el observador hace parte del sistema observado y por lo tanto es parte interesada en el sistema. Esto quiere decir, que el observador tiene una determinada intención o propósito con respecto al sistema observado. ¿Qué podemos decir entonces respecto de un objeto? Según Searle, se puede decir lo siguiente:
1. Su existencia no depende de la actitud que se tenga frente a él
2. Tiene rasgos intrínsecos y rasgos relativos al observador
3. Los rasgos relativos al observador son ontológicamente subjetivos y epistemológicamente objetivos (una silla es una silla para una comunidad de oyentes)
4. Todo depende del “sentido” que le otorgue la comunidad de oyentes: de ahí la importancia de los rasgos relativos al observador.
2. Tiene rasgos intrínsecos y rasgos relativos al observador
3. Los rasgos relativos al observador son ontológicamente subjetivos y epistemológicamente objetivos (una silla es una silla para una comunidad de oyentes)
4. Todo depende del “sentido” que le otorgue la comunidad de oyentes: de ahí la importancia de los rasgos relativos al observador.
Ahora bien, es importante considerar que “no siempre es inmediatamente obvio si un rasgo es intrínseco o relativo al observador” (Searle, 1997, pág. 30) y la manera indicada por Searle para hacer la distinción consiste en hacernos la siguiente pregunta: “¿podría el rasgo existir si no hubiera habido nunca seres humanos y otra clase de seres sintientes?” (Searle, 1997, pág. 30)
Bibliografía
Searle, J. R. (1997). La construcción de la realidad social. Barcelona: Paidós.
muy bueno el texto
ResponderEliminarSí, como lo menciona me recordó a Maturana Romesín con su "Objetividad - Un argumento para obligar", como también a algunas lecturas de Antonio Damasio. En general este tipo de lecturas me remiten a Eduardo Punset y sus tres textos de dibulgación que tienen título de libros de autoayuda.
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