Para no olvidar...

Todos los seres humanos nacemos siendo originales y únicos. Lamentablemente muchos mueren copias. A.L. - Haz lo tuyo, siempre.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Atravesar el Atlántico

No todos los días viajas tantas horas y logras atravesar el Atlántico.
Nunca le he temido a los aviones ni soy de las que suda cada vez que el ruido del despegue aturde los oídos. Sin embargo, debo reconocer que en la noche eché un vistazo a la pantalla, mientras el dibujito del avión en medio de la inmensidad del mar no avanzaba.

Acostumbro a tener ángeles cerca de mí. Como aquel señor del que no se el nombre que me intercambió un asiento de pasillo por el de ventana. "Al fin que no vamos a ver nada", dijo con acento español.
La verdad no quize comer nada, carne o pastas no son mi menú favorito en términos de comida de avión. Aquel amable señor me regaló su pan, ya que la azafata no quizo darme un pan sin comer uno de los deliciosos platillos anteriormente mencionados. Es ridículo, lo se. Todo para encontrar después una bolsa llena de panes sobrantes cuando por fine decidí pararme al baño.

Sobra recordar la incomodidad de dormir en un avión. Incluso si tu compañero se va hacia atrás puesto que el vuelo iba realmente vacío. No sé como hubiese soportado tantas horas en una sola silla. Agradecí que se retirara.

Bajé del avión y un señor, con una que otra arruga en su rostro me preguntó hacia dónde me dirigía. Le indiqué mi conexión al Cairo. Preguntó el motivo del viaje. Le indiqué el motivo, pero no recibí de vuelta mi pasaporte, hasta caminar muy, muy, muy lejos a una oficina donde seguro estaban revisando mi estatus legal.

Me ahorré ir por mi maleta. Bueno, solo espero que no me la abran como la abrieron en El Dorado, donde una de las 20 cajas de colores que llevo fue víctima de una puñada. Así mismo el plástico en que mamá decidió cubrir la maleta. Y ni hablar de la plastilina.
Yo estaba impresionada. Me llamaron por el alto-parlante, con mi inconfundible nombre, caminé, caminé, caminé, tomé un ascensor y caminé de nuevo para llegar a abrir mi maleta. No llevaba nada malo, pero igual me dio vacío en el estómago. Son horribles esos controles. De verdad que aquel que haya llevado droga y haya salido exitosamente es un "berraco".

Tras cruzar por primera vez el Océano Atlántico (¿Notaron que dije océano y no mar?, se oye más grande jaja) me encuentro en el aeropuerto de Barajas, Madrid, España. Con "Jingle Bells" de fondo, haciéndome sentir en una de esas películas que dan los fines de semana de navidad, en donde el padre olvida comprarle el regalo a su hijo y la figura en acción se encuentra agotada.

Es que "estar del otro lado del charco" no se ve todos los días. Es como para gritar:"¡mamá, estoy triunfando!". Sí, ya se, estoy exagerando... Pero ¿Qué sería de las historias del mundo sin la hipérbole?

Luego les cuento más.

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