El mundo
entero se encuentra con los ojos puestos en la Negociación del Conflicto Armado
que se está llevando a cabo por estos días en Noruega. Venezuela opina, Estados
Unidos apoya el proceso, Cuba brinda su experiencia y confianza con las Farc,
la opinión pública hace de las suyas, pero sólo las víctimas que en un silencio
incómodo llevan su tejido social roto son las que verdaderamente evidencian un
conflicto que viola reglas más allá del Derecho Internacional Humanitario.
Aproximadamente
4 millones de colombianos han sido víctimas del desplazamiento forzado. Más de
11.000 niños han sido reclutados, violados o afectados por el conflicto armado.
Datos que no tienen en cuenta a colombianos que murieron en su desplazamiento o
niños que cumplieron la mayoría de edad en las filas de la guerrilla.
Es cierto
que en Colombia solo necesitamos la cédula para ser víctimas, porque
seguramente todos hemos sufrido las secuelas de alguna u otra forma del
conflicto armado. Algunos de manera directa, otros no tanto. El conflicto
armado es un problema que nos compete a todos, no sólo a aquellos que se
encuentran vulnerables directamente a ser víctimas o que ya lo han sido, no
sólo le compete a las poblaciones rurales, es un problema de país.
Por
ejemplo, es común escuchar historias de las familias que viven en el
departamento de Antioquia sobre sus viajes a las playas de Tolú y Coveñas, en
donde se encontraban en las carreteras los retenes ilegales por parte de los
grupos armados. Victimarios que pedían gasolina, comida o a veces simplemente
preguntaban el lugar de destino como si fueran una entidad estatal. También
está el amigo del tío al que le secuestraron el papá. O la mamá del alumno que
es desplazada de Dabeiba. O bien, viajando un poco más lejos, el familiar
“lejano” que trabajó con lavado de activos o traficó con narcóticos. Y ni
hablar de la conocida que es trabajadora social y va a las laderas de la ciudad
para ayudar a desplazados a reubicarse y mejorar su calidad de vida.
Ese es el
país en el que hemos construido nuestra realidad. Un país donde los imaginarios
colectivos de violencia son altos, bueno, que a veces no son tan imaginarios.
Somos un país que en cada noticiero está a la espera de una noticia sobre las
Farc para decir: “¿Otra vez?¿Ya que hicieron?”. El conflicto armado se nos ha
convertido en un tema más de la agenda cotidiana.
Para
nosotros como colombianos no es fácil tomar una disposición y actitud de
diálogo, de recuperación de la paz y la tranquilidad, pero debemos hacerlo. La
negociación de paz puede que se selle de manera diplomática, protocolaria y
simbólica en una mesa en Noruega, pero la realidad la vivimos cada uno de
nosotros que estamos identificados ante la registraduría como colombianos.
¿Alguna
vez ha usted escuchado decir que somos un país violento? ¿Cuántas veces logró
ver por televisión la agresión física que le realizó Elianis Garrido, una de
las participantes del Reality Show Protagonistas de Nuestra Tele II al otro
participante Oscar Naranjo? Después de casi 50 años de tener un conflicto
interno en el país, es complicado preguntarnos por qué somos tan violentos,
pero a la vez tan felices. Porque sí, somos uno de los países más felices a
nivel mundial.
La
paradoja se extiende aún más, cuando debemos ser nosotros quienes protagonicemos
la reincorporación de los victimarios a la sociedad. Nosotros, el pueblo, somos
quienes legitimamos al Estado, pero a la vez somos quienes debemos comenzar a
perdonar sin olvidar.
Mientras
la mesa de negociación se esté llevando a cabo, las políticas públicas deberían
estarse direccionando cada día más fuertes para que el gobierno sienta el apoyo
de los ciudadanos. Para que juntos trabajemos en pro del mismo objetivo. Porque
de nada sirve que las Farc se desmovilicen si el pueblo no está dispuesto a
perdonar.
Muchos
dirán, pero que difícil es la paz cuando hay hambre, teniendo en cuenta que cerca
del 20% de los habitantes viven en condiciones de pobreza absoluta. Pero yo digo algo, que difícil es calmar el hambre cuando hay guerra.
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