Para no olvidar...

Todos los seres humanos nacemos siendo originales y únicos. Lamentablemente muchos mueren copias. A.L. - Haz lo tuyo, siempre.

jueves, 17 de febrero de 2011

“Puede que viva, puede que no”

En honor a mi madre,
por enseñarme a vivir
fuera de burbujas de cristal.


Los doctores, los conocidos, las páginas web y hasta mi familia lo llaman cáncer de mama, para mí era un enemigo insufrible que quería robarse al ser más preciado de mi vida, pues no sería raro ya que en Colombia es la principal causa de muerte en las mujeres entre 45 y 59 años.
Tal vez estaba muy pequeña para entender lo que clínicamente le sucedía al cuerpo de mamá. Sin embargo, gracias a sus explicaciones perfectas para una niña de diez años, entendía lo que podía pasar, las consecuencias, lo que era bueno que sucediera y lo que no.

En enero de 2003 mamá fue a su examen de control anual, de esos que todos nos debemos hacer pero que pocos cumplen las citas. Pues mamá era una de esas pocas juiciosas que interrumpía el trabajo y separaba su agenda de papel con una letra firme y negrita cursiva que decía: “Cita Médico”. Lo que no sabíamos es que ése examen, a diferencia de otros, iba cambiar su rutina de vida y a la vez la mía, la de su hijita consentida y única que no hacía más que estudiar y usar aparatos de ortodoncia.

—Yomaira tienes carcinoma de mama, con un desarrollo agresivo en un año. Y para un desarrollo agresivo, un tratamiento agresivo—.

Ese fue el diálogo del médico Carlos Mario Hurtado dando la gran noticia en nombre de la EPS Comfenalco. Un silencio turbulento e incómodo agobió el consultorio que ya había sido testigo de más lágrimas que sonrisas. El obstetra, ginecólogo, oncólogo, creo que hasta plomero debe ser el señor, le dijo a mamá que saliera, lo asimilara y luego entrara de nuevo. No faltaron ni un tono más imperativo, ni un tono más intenso o reiterativo para que sus piernas aún hermosas caminaran hacia la silla de sala de espera. Las mejillas de mamá se encontraban tan húmedas como las piedras que se mojan constantemente y son hasta lamosas. Su iris del color de las bellotas se asemejaba a los destrozos que deja el invierno en las vías colombianas, se lograba ver su alma como el pavimento fracturado por aguas nunca canalizadas, de esas que cada diez años recuerdan su cauce antes cambiado y destruyen todo a su paso. Un vacío sudoroso humedecía las manos de la mujer que me enseñó a pensar diferente, con un toque feminista, un toque revolucionario, un toque de malicia indígena, un toque de ingenuidad.

Si me preguntan cómo describiría a mi madre, inmediatamente haría un símil con el comercial del Ejército Nacional, ese que habla de que los héroes en Colombia sí existen. Su alma está escrita con tiza y borrador de profesor y su cuerpo, no es más que un cajón que le permite hacer realidad sus ideas en el desarrollo de software y la sistematización de la educación en diferentes instituciones de educación superior. De su cabello no tengo nada parecido a excepción de las pocas ondas que tiene en él, y ni hablar de la piel caucásica que cubre su cuerpo moldeado naturalmente que aún conquista a pesar de sus cincuenta y dos años. De estas y otras cualidades físicas yo no sacaría nada, pero creo que al abrir mis labios, una vez comandados por mi cerebro, parezco sin duda una mismísima copia de esta mujer caderona y apasionada. Y sí, digo ‘copia’ porque tal vez aún tenga una parte de mi corazón con toques de rosa superficial y gafas de Los Ángeles, que me impide comer alimentos feos y desborda mis más penosos defectos.

Mi Yomaira no tuvo ‘fiesta de quince’, no le pagaron la universidad, no tiene sus dos senos, aún así es ingeniera electrónica y es feliz. Desde sus diecisiete años ya trabajaba. A los 18 se casó, a los 18 se separó, luego vivió con mi papá 25 años y a los 45 años en el 2003 la vida la encaró con una abrumadora pregunta: ¿Vida o vanidad?

La caída del cabello dejaba cada vez más rastro en las almohadas y baños de la casa, si llovía, si no llovía, si se bañaba, si dormía, si se acostaba, si caminaba, no paraba nunca. Así que mi padre le pasó la máquina en su cabellera llena de pecas genéticas y otras producidas por el sol. Adiós a esa capa de café amarillento que cubría su cabeza, hola a las pañoletas, trapos, gorros y todo cuanto protegiera la dermis de su cerebro recién desnudado al astro más amado y peligroso: el sol.

¡Sin duda alguna mamá prefirió vivir! Independientemente de los cambios físicos y de los cambios en su día a día, como la relación con mi padre, mamá luchaba por no dejarme a la orilla de una familia que aunque me guiarían por buenos caminos no harían de mí lo que soy hoy. ¿Quién me explicaría factorización y ecuaciones? ¿Quién calmaría mi llanto la primera vez que me rompieron el corazón? ¿Quién me explicaría que la menstruación te hace diferente y más fuerte? ¿Quién caminaría conmigo por los mares del acné y el maquillaje? ¿Quién me diría que cuidara mi fundamento? ¿Quién me enseñaría a no llorar por niñerías? ¿Quién me enseñaría un mundo real y crudo lejos de belleza y dinero?

Sobre mi papá es poco lo que puedo decir, se comportó a la altura a veces, a veces no, a veces ni se comportó. Y hoy es más un papá de revista, de esos que los ves poco, siempre estás bien con ellos, sonríen y cumplen a veces con lo básico para sobrevivir en la universidad. Bueno al fin y al cabo no se debe robar el show de nuestra protagonista…

—Tres meses de quimioterapia, tres meses de radioterapia y luego operamos—.
Fue la sentencia del médico-plomero para un cáncer de grado 4B. Cuando hablamos de 4B no es la talla del sostén, sino el grado de desarrollo de la enfermedad, en donde el máximo es 5. Ya podrán imaginar ustedes la inmensidad de lo grave…

Cuando todo el tratamiento empezó mamá y yo tuvimos una importante charla:

—Yo tengo cáncer. Me van a hacer un tratamiento. Puede que viva, puede que no. Puede que dure mucho, puede que dure poco… Pero vamos a hacer lo que tengamos que hacer—.

—Pero vamos a hacer lo que tengamos que hacer—reiteré.

—Se me va a caer el cabello, me voy a cansar, me voy a dormir sentada. Y usted me va a ayudar y a acompañar—.

En ese momento mi cuerpo y mi pensamiento no sabían qué hacer, nunca he sido de las que le dan ganas de salir corriendo impertinentemente por cualquier situación, ni tampoco de las que la frase “¡Ay! Qué pesar” es partícipe de su vocabulario. Mi corazón sólo me decía que debía enfocarme en el estudio, como siempre, pero ser ‘la mejor’. Afortunadamente eso no ha sido nunca un problema para mí, lograba desde los primeros puestos, hasta el despido de profesores ineptos, que intentaban pagar sus frustraciones con mis sueños de comunicadora. Así que me refugié en el estudio y en la calma actitud de mi madre cuando me explicaba las situaciones futuras.

Lo irónico de esta historia no es como yo entendí que mamá estaba mal, o cómo ella tomó con calma algo que tenía un desarrollo ‘agresivo’, sino que a la mayoría de sus amigas y a una que otra hermanita hubo que consolarlas. Incluso tengo una tía que fue un mes después de enterarse porque no paraba de llorar y rezar, a tal punto, que ni a la cirugía fue. Mi abuela al enterarse lloró, no podía imaginarse que Yomaira, alias la ’fuerte’, estuviera tan frágil como una vasija de cristal. ¿Frágil? Si lo que tenía era un corazón repleto de ganas de seguir latiendo a 72 veces por minuto o más, sin importar que en los próximos primeros tres meses su cuerpo iba a ser intoxicado por una droga tan fuerte que aniquila a buenos y malos, células enfermas y células saludables, una a una se destruían y, a los otros tres meses la piel de su seno izquierdo iba a ser quemada por una máquina que parecía no tener piedad de una piel más que insolada, que no calmaba su ardor ni con leche de magnesia, ni con cremas, ni con sicología.

El día tan esperado por fin había llegado. Seis meses después mamá debía entrar a un quirófano espantoso y helado, lleno de azul e instrumentos debidamente desinfectados. La noche anterior a su cirugía tuvimos una charla crucial, sobre la muerte, sobre su muerte, sobre mi muerte después de su muerte.

—Hija, mañana me van a operar y me puedo morir en la cirugía—.

— ¿O sea que te puedes morir?— insistí desconcertada.

—Si yo me muero…— y comenzó la conversación sobre los temores más profundos y escondidos—…tiene que estudiar…—.

Seguir adelante, ser alguien en la vida fue en ese momento y es ahora mi fiel compromiso. Un compromiso sin contrato escrito, pero que al menor incumplimiento traerá grandes consecuencias.

La clínica Pontificia Bolivariana abrió sus puertas no sólo del quirófano para mamá, sino para todos a quienes nos importaba su salud. Cinco horas de cirugía se convirtieron en todo un día, cansado, añejo, difícil, esperanzador. Mi familia no paraba de regañarme por la cantidad de veces que había ido al baño, a caminar, a comer… ¡Pero por favor! Si tan sólo era una niña, ¿cómo pretendían que me quedase como una porcelana mientras abrían a mi madre por un costado y le retiraban los ganglios y otros elementos que tiene consigo el seno?
Nunca fui un bebé a la que le gustara tomar leche de la mama, pero sabía que aunque no me gustara esa leche, el seno es una parte importante del cuerpo femenino, hace parte de su sensualidad y esencia, además de que mamá podía morir por su mama.
El día se convertía en noche y de mamá no se sabía nada, mis piernas estaban acalambradas e inflamadas, mi cabeza no daba más conversaciones para distraer la tensión que se vivía en aquella sala de espera fría e insensible. Tantas cosas habían pasado por mi cabeza que sólo quería darle un abrazo a mi madre mientras ella me mirara con sus pequeños pero dulces ojos, sin embargo los ‘señores vestidos de blanco’ no entendían esa necesidad de verla ya, no entendían la agonía de la espera, no entendían que tenía tanta ansiedad que comía y comía así mi estómago me dijera que estaba al borde de una ruptura con mis otros órganos. Ardores estomacales, risas, preocupaciones pasaron de silla en silla, de cabeza en cabeza, de celular en celular.

Finalmente uno de los robots humanizados salió pudoroso de un corredor con puertas retráctiles y dio el grito de gloria.

—¡Familiares de Yomaira Londoño!— cuando iba en la última ‘o’ todos estábamos atentos a su elocuente discurso.

—La paciente despertó, en este momento se encuentra estable. Pudimos eliminar el quiste que tenía, no más grande al que teníamos pensado según los exámenes— todos sonreímos.

Una de mis tías hizo algunas preguntas de rigor. Y lo último que escuché me dio cuenta de que la espera continuaría

—En este momento se encuentra en recuperación—.

Mamá se demoró otras tres horas en abrir sus ojos conscientemente, se sentía cansada, agobiada, adolorida. De su lateral izquierdo se desprendía un tubo delgado pero consistente que llevaba dentro de sí una mezcla de líquidos y materia que el cuerpo eliminaba naturalmente. Sustancias que bajaban lentas pero constantes, densas, viscosas, llenas de sus genes, que llegaban a un recolector en círculo, que parecía un recipiente en el que las amas de casa depositan alimentos y loncheras, solo que este depositaba materia, sangre y pus de la cirugía.

Mamá salió con su corazón latente, sin verla yo ya lo sentía, sabía que no había dejado sola a su hija y seguidora, sabía que había luchado por estar ahí y para que yo hoy pudiera escribir sobre ella, sobre mi heroína. Su cuerpo quedará por siempre marcado, no sólo en la EPS como paciente terminal, sino marcado por una hazaña carnicera a la que sobrevivió gloriosa. Un abrazo firmó entre nosotras el contrato verbal y la promesa amistosa de siempre dar lo mejor, no rendirse fácil y utilizar a nuestro favor el poquito de suerte que cada ser humano tiene por el sólo hecho de existir.

lunes, 7 de febrero de 2011

De la primera vez que me enamoré y fué de un libro

Todo comenzó en una clase de ocho, cuando apenas comenzaba mi cerebro a despertar. Una 'sumita' de frío, aire acondicionado y una frase me reciben tormentosamente: "Por favor elijan el libro que van a leer y me mandan un 'correito'". Un correito de esos vomiticos. De esos que sabes que si escribes mal las tildes o la cagas eligiendo el autor clave o la obra clave, estás muerto.

Libros y libros, una división entre los que eran de autorías extranjeras y los que son puro corazón colombiano. La verdad es que debo admitirlo no me gusta Gabriel García Márquez como a la gente que he conocido, ni tampoco me interesa gastarle tiempo a lo que escribe, así que agradecí que no estuviese dentro de las opciones.
Luego vinieron las obras mas trilladas: Rosario Tijeras, Paraíso Travel... Obras que ya les conozco los finales y que seguramente me aburriría y acabaría por no leerlas.
Depronto se me iluminaron los lentes de contacto con mi amigo especial Gemán Castro Caycedo -digo mi amigo no porque lo conozca, sino porque amo lo que escribe, todo me gusta, todo me atrae, todo lo que leo de él tiene que ser de corrido- con Candelaria y a su vez Héctor Abad con Basura, ambos aprendidos a amar por profesores. Sin embargo, la alegría no era mucha y enserio necesitaba algo que me moviera, de lo contrario iba a presentar un trabajo mitad internet, mitad habladurías, mitad leído.

Y fue ocho días después que le escuché a una amiga varios nombres de libros que le gustaría leer: Candelaria, Rosario, Paraíso, La novia oscura y Las Chicas de Alambre.
Un grito lo dijo todo: "¡Ahhh! Ése es el que yo quiero leer", anoté.

Desde el principio todo se dió como el libro perfecto, y así lo fue. Me apareció en pdf. para no comprarlo -primer punto a favor-, 110 páginas -se ganó el round-, celebré porque tomé una buena decisión, en realidad eso me compró el alma inmediatamente.

Desde la primera letra hasta los últimos anexos, me enamoré y fué de un libro.

Así que si usted amigo lector de verdad es como yo, incrédulo, no perezoso con la lectura, no se lea este libro, ¡gózeselo!

jueves, 3 de febrero de 2011

No es otro loco escrito sobre Jesús

Jesús de Nazareth tan sólo tuvo en la Tierra 33 años, sin embargo, una muerte joven no impidió que cambiara el mundo. Y no, no nos interesa profesar ni convencer a alguien de que lleguen al Señor por medio del cristianismo, lo que nos interesa es cómo su talante en la oratoria irrumpió la historia del mundo en dos.
Sin duda, como afirma Gandhi: “Considero a Jesús de Nazareth uno de los mayores maestros que han existido”. Podríamos hacer una lista interminable de los principales discursos que Jesús dio, de la ‘a’ a la ‘z’, del antiguo al nuevo testamento, miles de narraciones llenas de elocuencia, calma y sobre todo, creo lo más importante, la seguridad con la que el profeta hablaba.
"La persuación por medio del talante del orador introduce lo que la tradición retórica latina llama auctoritas, es decir: ’La opinión en que el orador está ante el público y la que trata de conseguir o asegurar en su discurso’". Jesús no sólo predicaba sus ideas, sino que hacía lo que decía, como por ejemplo cuando ayunaba. Este tipo de actos le hicieron crear su auctoritas, el pueblo logró aprender lo que él les mostraba, junto con lo que decía. Invitaba a orar, pero él también lo hacía.
Predicaba cosas que la gente creía antes absurdas, pero su posición de confianza, de seguridad ante el pueblo hicieron que le creyeran, él logró convencerlos.
Un ejemplo clave es cuando elige sus 12 apóstoles y logra enseñarles a profesar, a defender su punto por sobre todas las cosas, a manejar su confianza, su elocuencia. Les enseñó a manejar toda la parte de la retórica.
Es necesario citar uno de sus discursos, en este caso sobre la mujer adúltera, que se encuentra en La Biblia y hace parte del evangelio de San Juan: “Jesús se fue al monte del Olivar, y al amanecer estaba de nuevo en el Templo. Todo el pueblo acudía a Él y Él sentado, les enseñaba. Le llevaron entonces los escribas y fariseos una mujer sorprendida en adulterio, y, poniéndola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En la Ley, Moisés nos mandó apedrear a estas mujeres, Tú, ¿qué dices?” Decían esto para probarlo y tener de qué acusarlo. Pero Jesús, agachándose, se puso a escribir con el dedo en tierra. Como insistieron en preguntarle, se alzó y les dijo: “El que de vosotros no tenga pecado, tírele una piedra el primero”. Y agachándose otra vez, continuó escribiendo en la tierra. A estas palabras, ellos se fueron uno tras otro, comenzando por los más ancianos; y se quedó Jesús solo, con la mujer que estaba en medio. Entonces se alzó Jesús, y le dijo: “Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te condenó? Y ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús le dijo “Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más”. Enfrentamientos y persuasiones como estas son protagonistas en la vida pública de Jesús, este hombre hace cambiar las actitudes de personas. En ocasiones lograba persuadir a algunos, otras
veces los convencía por completo y hoy en día, en pleno siglo XXI, es crucial en la historia.
Toda comunicación tiene como meta convencer o persuadir a alguien de algo, ya sean tesis contrarias o recién planteadas. En otro ejercicio que se planteaba, estaba la siguiente frase: “La capacidad para persuadir sobre tesis contrarias es lo que hace de la retórica una actividad que concierne al poder”. El poder que Jesús se fue ganando con su elocuencia, hizo que cada vez fuera más fácil ‘profesar la fe’, tanto para él como para sus discípulos. De hecho cuando comenzó a predicar no había un público que lo escuchara, pues todos lo trataban de loco, de insolente, de hecho hasta el día de su muerte Pedro lo negó tres veces.
Luego de nacer partió la línea de tiempo en dos, antes de Cristo y después de Cristo, y este aspecto solo se le puede atribuir a alguien que en realidad movió el mundo con sus ideas. Actualmente, según un artículo de la BBC Mundo, La Iglesia Católica es la rama más extensa del cristianismo, y según cifras del Vaticano del año 2007, en el mundo hay 1.115 millones de católicos bautizados. A esta cifra le faltarían unos cuantos millones que la practican sin bautismo y las otras ramas.
Es gigante la repercusión histórica que Jesús alcanzó durante su vida y su influencia posterior, por ejemplo Jesús en el arte, Jesús en la literatura, y Jesús en el cine.
¿Qué sería de la fe cristiana sin un guía elocuente? Un Jesús sin la retórica, sin el arma para hablar ‘bonito’ y con propiedad, y sin la elocuencia para hablar claro y con coherente hubiese pasado por la historia sin gloria alguna. Es inimaginable un Jesús que no hiciese uso del discurso deliberativo, donde daba pautas de vistos buenos y errores, o que no hiciese uso del discurso epidíctico, nada de censuras y elogios.
Jesús de Nazareth, el jugador experto de la persuasión, del discurso grave y elegante, quedará por siempre como uno de los oradores más maravillosos a nivel mundial.