Para no olvidar...

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lunes, 9 de mayo de 2011

Santiago Fernández, de niño a ingeniero


Un computador está definido en el Diccionario de la Real Academia como una “máquina electrónica, analógica o digital, dotada de una memoria de gran capacidad y de métodos de tratamiento de la información”, sin embargo, para Santiago Fernández es más que un objeto de trabajo, es su mejor amigo, su medio de producción.

Desde los 14 años, Santiago comenzó a desarrollar un interés, casi deseo, por la reparación y el mantenimiento de los computadores, hace nueve años una pasión de un adolescente sumada a la inspiración paterna, hicieron que sea hoy un ingeniero.

El crecimiento profesional que este joven tuvo fue atípico al concepto de pregrado como un programa cerrado y concluyente. Los ciclos propedéuticos, recientemente adaptados y publicitados en Colombia, específicamente en Antioquia, le abrieron las puertas a un niño con sueños de grande. Esta herramienta permite la educación superior como un proceso de formación a lo largo de la vida, o específicamente a lo largo de un pregrado, consiste en dos años para la técnica, un año para la tecnología y finalmente dos años para la profesionalización.
La Ley 749 de 2002 introdujo este tipo de formación por medio de los ciclos propedéuticos específicamente en las áreas de ingenierías, tecnologías de la información y administración. La página web oficial del Ministerio de Educación afirma que “un ciclo propedéutico se puede definir como una fase de la educación que le permite al estudiante desarrollarse en su formación profesional siguiendo sus intereses y capacidades”, así como Santiago logró hacerlo siguiendo sus sueños.

Durante los años como estudiante de bachillerato, sus promedios llegaron siempre a lo más alto de todo el colegio. La institución educativa Salazar y Herrera fue testigo, desde primero hasta once, de un niño común que creció como un hombre brillante.

El lunes, 9 de mayo de 2010, Santiago Fernández abre sus ojos aún con pereza, gracias al sonido desagradable de un despertador que no suena sino que rechina. Su habitación, cuadrada y oscura por la persiana, es testigo de una cama usada, de un metro con veinte centímetros, exactamente del mismo color de la mesa de noche. El reloj marca la hora, cuatro y media de la mañana en punto, la ducha lo saluda con un baño más de vapor que de agua. Elige que usar según las actividades del día en su trabajo, comité, reunión con los clientes. Un pantalón, normalmente de color oscuro, una camisa de manga larga son los indicados para ese inicio de semana. Su mamá ya hizo los mismos pasos aunque con un poco más de habilidad que él. Aidé Londoño ya hizo el desayuno, se alistó y tomó su café mientras que él apenas comienza a ingerir sus huevos con salchichas. Su hermana permanece dormida unos minutos más, así que no hace parte de esta dinámica.

El viaje en automóvil se toma de 5 a 10 minutos desde su hogar hacia la universidad Eafit. El torniquete de la entrada le pide su carnet sin siquiera hablar. Se abre la puerta de un salón y en 2 horas diarias Santiago recibe su formación para especializarse en Gerencia de Proyectos.

Luego de vestirse con el rol de estudiante, estira la mano indicándole al taxista que está interesado en el servicio. El transporte lo lleva a su oficina donde comienza el día y se viste de ingeniero. Se abren las puertas de Magnum Logistics S.A. Su labor consiste en el desarrollo del software para el manejo de las importaciones y exportaciones del Cerrejón.

Su piel es caucásica, tal vez demasiado para parecer colombiano. Tal vez demasiado para parecer hijo de una familia tan antioqueña, llena de costumbres arraigadas en Medellín, la hermosa ciudad de las flores, donde se comen fríjoles con chicharrón y se toma Aguardiente Antioqueño. Además, su cabello no le ayuda, a su juicio, que su pasaporte sea color uva y diga República de Colombia, porque es tan rojo como amarillento, incluso se mezcla con la luz solar de una manera perfecta, tan sincronizada como su horario de trabajo, sólo como lo logran hacer los miles de extranjeros que visitan la Región Andina.

Santiago, el ingeniero, es hermano y novio. Amante de la fotografía. Su cuenta en flickr delata sus más ligeras pasiones fotográficas, pero sobre todo delata que es un observador innato al cual los viajes lo motivan a seguir en una vida monótona. Bellas Artes y la compañía de alguno que otro amigo, hoy en día socio, le enseñaron una ciudad llena de jardines botánicos y parques para explorar, visitas que se ven evidenciadas en estas fotos con pies de página cautelosamente buscados.

Mientras cursaba los grados 10 y 11 en la Institución Educativa Salazar y Herrera, inició su Técnica en Sistemas en el Centro de Estudios Especializados, Cesde. Debido a su rendimiento académico en los dos primeros semestres, logró ser monitor durante tres meses, en donde prestaba salas de cómputo a los estudiantes y les solucionaba las dudas. Esta actividad le abrió las puertas para ser parte del Departamento de Desarrollo de Software de la institución como aprendiz. Allí desarrolló el aplicativo para la Biblioteca.

Bucear es otra de las actividades que sacan un Santiago más social, más amigo, más sensible ante la naturaleza de un mundo azul y maravilloso. Es un encuentro íntimo con su yo espiritual y natural. Un yo más ecológico que nada con tiburones y viaja a islas donde el celular no tiene señal, para sumergirse en un mundo marino único, propiedad de la biodiversidad de Colombia.

Magnum Logistics recibe al protagonista de nueve de la mañana a cinco de la tarde. Outlook, el programa mediante el que recibe sus correos empresariales, invade su pantalla indicándole las actividades y requerimientos que debe solucionar en el resto del día.

La hora del almuerzo se convierte en una hora de descanso, ya que la oficina que tiene una enorme vista a la ciudad es muy cercana a su casa, todo ubicado en el Poblado. Camina unas cuadras y llega a su residencia en la urbanización Providencia de Castropol, apartamento 602.

‘Santy’, como sus amigos y familiares más cercanos le llaman, es empresario. En compañía con sus socios y amigos, Leonardo Arango, Jaime Marín y Alejandro Martínez, están al frente de NeuroSolutions S.A.S., una compañía con dos años de experiencia en el desarrollo de aplicaciones para manejar activos en las empresas, implementando tecnologías inalámbricas. Según Santiago, “crear empresa en este país es muy difílcil”, sin embargo, la dedicación y el trabajo arduo ubican hoy en día la oficina de NeuroSolutions S.A.S en el barrio La Floresta, gran esfuerzo tanto económico como investigativo.

Desde sus transacciones bancarias, la compra de su equipo para fotografía, hasta las flores que le envía a su novia de aniversario son diligenciadas desde las diferentes sucursales virtuales que su computadora le ofrece.

Un joven como Santiago Fernández es ahora la inspiración de muchos jóvenes y niños que sueñan con ser ingenieros de grandes. Un ejemplo que demuestra el fruto de la disciplina, de la dedicación, del estudio constante, de la lucha por ideales.

Una historia de un niño ingenioso que hoy en día es un brillante ingeniero.






*Agradecimientos a Santiago Fernández

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